No podemos observar con una perspectiva
adecuada la dirección hacia la que se dirige la política exterior mexicana, sin
repasar la evolución de la posición de nuestro país en diferentes momentos de
nuestra historia.
La ruta comienza al iniciarse el
periodo del México Independiente, antes de eso nos encontrábamos limitados por
sometimiento a los conquistadores, “...México
no tenía más noción de sí mismo que la que veía en el espejo de España: Nueva
España, capitanía, audiencia, virreinato; pero no tenía problemas
exteriores...”[1],
como colonia española, nuestra política hacia otros países y regiones se
sujetaba a lo determinado desde el corazón del imperio: España.
Al alcanzar la libertad la nueva nación
tiene la necesidad de resolver dos cuestiones acuciantes: sus graves problemas
interiores y la presión de registrase con nombre y apellidos propios ante el
concierto de las naciones. Alcanzar una percepción de país con personalidad
propia, se convierte en uno de los retos más importantes de los nuevos
gobernantes. Todo esto, sin ninguna experiencia previa, ni mucho menos la
aprobación de todos los aliados del expulsado conquistador por parte de una
nueva clase social emergente del mestizaje, resultado de la colonia.
Sin una claridad capaz de definir el
carácter de lo “mexicano” en las relaciones exteriores durante los años
posteriores a la guerra de Independencia, es hasta el periodo de la Revolución
mexicana donde se logra perfilar un posicionamiento tan sólido que llega hasta
nuestros días, los hombres de la revolución perfilan el México moderno.
El primer bastión de la política
exterior mexicana fue, por reflejo natural ante la anterior explotación del
país por los españoles, la defensa de la soberanía. De ahí nacen dos doctrinas:
la Carranza y la Estrada.
La primera entiende la importancia de no
intervenir en los asuntos internos de cualquier otra nación y, por lo tanto
debe existir igualdad entre naciones soberanas, esto manifestado por Venustiano
Carranza en 1917.
En sistema presidencialista como el que
pervivió en el México de época de la guerra fría, las decisiones del presidente
de la república eran la única vía para definir el rumbo de la relaciones
exteriores del país.
México decidió no seguir la línea de
los Estados Unidos y entra en función la “Fórmula Ojeda”, y eso implica
reconocer la necesidad de disentir de la política norteamericana. Por lo tanto
hay cooperación en lo que sea importante para Estados Unidos pero no para el
País.
Esto nos convirtió en interlocutor
confiable para muchos países y confirió
prestigio para México, ejemplos son la posición independiente de México para
con Cuba a pesar de la resolución de la
OEA para solicitar el rompimiento con la isla y el tratado de Tlatelolco, de
1969, para la prescripción de armas
nucleares.
A partir de esto nuestro país tuvo una
preeminencia en Latinoamérica. Así lo muestran esfuerzos como el del Grupo de
Contadora (que se convirtió en el actual Grupo de Río), establecido, en 1983 con
los gobiernos de Colombia, Panamá y Venezuela con el fin de conseguir la paz en
Centroamérica. Ese activismo hizo de
México un actor de peso en la región.
En el sexenio de Carlos Salinas el tratado de libre comercio implicó un
atención mayor hacia el vecino del norte, sin embargo el trabajo de canciller
Fernando Solana equilibró bien la posición de México y podemos considerar que
se conservó el liderazgo en la región.
Con Ernesto Zedillo se manifestó cierto
alejamiento con américa latina, muestra de ello es la frase de Fidel Castro en
relación a que los niños mexicanos
conocían más a Mickey mouse que a sus héroes patrios.
Con Vicente Fox se perdió por completo
el rumbo ya no hubo ninguna idea clara de como conservar los principios
fundamentales del respeto a los demás países, desde el famoso “comes y te vas”
la posición de México se tornó endeble. Cuando en 2002 México vota en la
Comisión de Derechos Humanos para revisar la situación de Cuba, rompe con la
doctrina Estrada y debilita fuertemente el liderazgo del país en América
Latina. Sin embargo habría que reconocer como un gesto de dignidad
Internacional la negativa a apoyar la
moción de atacar a Irak por parte de Estados Unidos, que legitimó su
intervención formando una coalición de países.
El sexenio de Felipe Calderón vivió un
esfuerzo por normalizar las relaciones con otros miembros de la región, en
especial Cuba y Venezuela, aunque su gestión quedaría marcada por el affaire de
Florence Cassez donde no pudo lograr una solución equitativa entre la demanda
de justicia en el interior del país y la denuncia internacional por la
deficiencias de la justicia mexicana ante un debido proceso.
En el actual sexenio se ha puesto un
muy especial énfasis en recomponer la situación internacional de nuestro país,
se ha recompuesto por completo la relación con Cuba y marcado un gran respeto
por la autodeterminación, como en el caso de Venezuela, el activismo de l
presidente que ha estado presente desde el funeral de Nelson Mandela hasta el
foro de Davos en Suiza ha representado un giro importante. Habría que recalcar
el especial cuidado que ha tenido en el caso de China ya que no recibió, como
lo hicieron sus antecesores, al Dalai Lama, para no dañar su relación con el
coloso de Asia.
México está en rumbo para recuperar su
liderazgo en América Latina, o al menos ese es el mensaje de la actual
administración
[1] * Respuesta al discurso de ingreso del licenciado Bernardo Sepúlveda Amor
como miembro de número del Consejo Supremo de la Asociación Nacional de
Abogados. México, Distrito Federal, 26 de septiembre de 1996..p1
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