Es casi un lugar común considerar a la educación, en su concepción general, como la gran panacea capaz de civilizar pueblos, formar posibles empleados o dar una oportunidad de acercar al pueblo a los privilegios aspiracionales.
Veamos básicamente el caso de nuestro país a partir de la época de la colonia, donde el sentido práctico del hecho educativo se orientó a la evangelización, educación y progresiva asimilación de los naturales a los patrones culturales cristianos e hispánicos. Para este momento histórico, la educación tenía como finalidad última, garantizar la asimilación de la cultura de los conquistadores, remarcando con claridad que existía un orden natural en el que cada quién tiene un lugar en la vida.
Para la época posterior a la independencia y hasta el porfiriato la influencia del movimiento ilustrado hace que existan los llamados "modelos europeos de la educación nacional"
, con aportaciones de educadores como Rousseau, Pestalozzi, Herbart y Fröbel, cuyas ideas no sólo fueron conocidas por los ilustrados mexicanos, sino que sirvieron de inspiración a los educadores y maestros, especialmente en la segunda mitad del siglo XIX. Es en este periodo donde se gesta la idea de una educación gratuita y obligatoria.
Al triunfo de la revolución el torbellino desatado por José Vasconcelos, combate frontalmente al analfabetismo y crea muchas opciones para diversificar el acceso a la educación. La ilusión de transformar la vida de personas y comunidades, se inserta en la sociedad mexicana, de manera definitiva.
El “estudia o no serás nadie”, se convirtió con el tiempo en una idea aspiracional. Las relaciones para avanzar en la intrincada escala social, se construían en las escuelas públicas, no tan solo eso, se consideraba de mayor calidad la educación recibida en los recintos públicos, sobre los privados.
El “sueño mexicano” de una vida mejor, fabricaba sus ilusiones en las aulas de nuestras escuelas públicas. Las familias pudientes procuraban impulsar los estudios universitarios en sus hijos, las no tanto, vivían en la esperanza del miembro de la familia capaz de ser “alguien” cuando acabara su “carrera”.
Se prestigiaron profesiones como la de abogado, médico, arquitecto o contador, la llegada posterior de los ingenieros consolidó esta idea de una escalera segura para ascender en salario y reconocimiento social para todos. Una educación en condiciones de democratizar las oportunidades parecía, al menos hasta mediados de los años 80, una realidad.
A finales de los 90, la situación empezó a cambiar. La moda educativa llevó a los nuevos cuadros directivos, a buscar legitimar su ascenso con maestrías en Harvard, Yale o la Sorbona. El ITESM, la UIA y el ITAM, asumieron el liderazgo educativo capturando a los mejores profesores, con sueldos y condiciones laborales sumamente atractivas, los alumnos con altos desempeños académicos empezaron a buscar ingresar a estas instituciones privadas en lugar de las públicas, como resultado de esto el prestigio cambió de bando.
Los altos costos de las colegiaturas, segregan a una clase social de otra, pobres con pobres y ricos con ricos. La tarea de brindar la ilusión de avanzar en la escala social y profesional ya no se encuentra en las escuelas públicas, se ha trasladado a las privadas, con todas las limitaciones y complicaciones que esto implica.
La gratuidad y obligatoriedad de la educación para todos, está perdiendo la batalla ante la fuerza del dinero.
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