Antes era perfectamente normal entender el papel de la mujer como ama de casa, y sus opciones de estudio y trabajo eran sumamente limitadas, en la actualidad no estaría plenamente seguro de considerar exista un gran punto de quiebre en la relación de género.
Todo parece mas incrustado en un patrón cultural sumamente difícil de cambiar donde es igual de complicado, tanto para los hombres como para las mujeres, asumir un rol distinto y superar los estereotipos considerados “normales” en las conductas propias de cada sexo.
Para nosotros, “machos” mexicanos, el peso de la tradición y la presión social, añade un factor adicional a las relaciones de género. Históricamente la educación formal y la familiar han sido orientadas a fortalecer una división, cercana a los tiempos prehistóricos, donde el hombre salía a cazar y la mujer se quedaba en la aldea a cuidar los niños; el hombre guerreaba y la mujer lo consolaba y curaba de sus heridas.
La participación decidida e importante de la mujer en la lucha de independencia, la constitución de 1857 y la intervención francesa, resultaron en un motor lo suficientemente fuerte como para iniciar un impulso capaz de darle valor a muchas de ellas para enfrentar los fantasmas de una sociedad conservadora. Conspiradoras, apoyo económico, moral y material fueron expresiones varias de una misma voluntad de participación. Es difícil pensar en una revolución como la mexicana sin las “adelitas” y “valentinas”, siempre al lado de su “Juan”.
En este momento las condiciones parecen ser muy superiores en el tema de la equidad de género; una mirada mas a detalle nos hace descubrir que no necesariamente es así.
La violencia intrafamiliar es un asunto de consecuencias serias, siguen siendo maltratadas y, hasta asesinadas por sus compañeros sentimentales, un alto número de mujeres. En el país, 67 de cada 100 mujeres de 15 años y más, han padecido algún incidente de violencia, ya sea en su relación de pareja o en espacios comunitarios, laborales, familiares o escolares. En muchos sentidos los hombres seguimos considerando a las mujeres una propiedad y no una persona en igualdad de circunstancias.
La discriminación en casi todos los rubros sigue presente. En 2009, el acceso de las mujeres como presidentas municipales, se mantuvo en un nivel que osciló entre 3.5 y 5 por ciento.
De acuerdo a datos publicados por el INEGI, para 2005 la tasa de desempleo en hombres era de 8 % y en mujeres el 11.8 %, lo que representa a mujeres en condiciones y capacidad para trabajar, subempleadas por debajo del sexo masculino.
Los datos mas serios en esta gran brecha de desigualdad se encuentran en los resultados en trabajo remunerado y no remunerado. En el país, de los 41.4 millones de mujeres de 14 y más años, en 2009, 62.3% realizaron trabajo no remunerado, mientras que de los 37.3 millones de hombres, 26.5% desempeñó dicho trabajo, esto significa a muchas de ellas sin ingresos reales a cambio del trabajo doméstico, el cuidado de los hijos o las tarea propias del cuidado de una familia, además todavía después de trabajar, regresan a realizar tareas adicionales en el hogar. El apoyo de los hombres en la cocina o las tareas de limpieza y cuidado es sumamente reducida.
Aunque hoy por ley se busca lograr la participación obligada de la mujer en el mercado laboral y político, el reto mayor será que la sociedad en general y los hombres en particular, lo entiendan como un tema correctamente planteado y no asumir la participación femenina como una intrusión que agrede las capacidades y habilidades profesionales masculinas.
La paridad en todos los terrenos no representa una discriminación, ahora velada y justificada, contra los hombres, es un acto de justicia histórica que la sociedad debe encargarse se lleve a cabo.
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