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Del papel social y educativo del deporte

“Probablemente el hombre aprendió a correr porque necesitaba huir. 
Saber correr fue un hecho cultural condicionado por una necesidad. 
Aprendió a lanzar la jabalina para matar a distancia a otros animales
 cuya aproximación resultaba peligrosa.
 Aprendió a nadar cuando necesitó vadear  ríos
 o salvarse de naufragios de primerizas naves. 
La base histórica de la “Cultura Física” es la supervivencia
 y el cuerpo del hombre se fue formando
 en perpetua dialéctica con la necesidad de sobrevivir: 
el cuerpo del hombre y del ciempiés,
 el cuerpo del hombre y el de el águila real, 
el cuerpo del hombre y el del arador de la sarna”.
MANUEL VAZQUEZ MONTALBAN,
Ya pasaron los tiempos en que el Barón Pierre de Coubertaín sostenía el amateurismo como la base de la expresión deportiva de excelencia, ahora, los atletas profesionales compiten sin tapujos en los Juegos Olímpicos. Tal vez haya sido lo mejor, ante atletas de los países socialistas que representaban un enmascaramiento del profesionalismo, se participaba con desventaja. Pero esto ya nos da la posibilidad de abordar el fenómeno del deporte con otra perspectiva: la de su evolución desde el juego hasta llegar al deporte-espectáculo.
El filósofo alemán F. Schiller dijo que “El hombre no es plenamente hombre más que cuando juega”, y parece que en efecto, su sentencia da justo en el blanco. El carácter de los niños se puede observar a profundidad cuando juegan: si son agresivos, combativos, despiertos o de personalidad apocada, con toda seguridad al jugar lo manifiestan. Las sociedades antiguas, históricamente han tenido diversas manifestaciones lúdicas y en los animales superiores se presentan conductas que podríamos interpretar como juego, que prepara para la vida, pero que principalmente conlleva placer, libertad y expresión física.
El juego como expresión social, antes o después, se ritualiza e incorpora a las ceremonias místicas o religiosas, así  vemos el juego de pelota en Mesoamérica, los diversos juegos entre los griegos o las ceremonias de iniciación en muchas tribus, con una base física a partir de juegos.
El deporte nace y tiene éxito a partir de que se le incorpora a la practica lúdica un nuevo elemento: la lucha. Sí, ya sea contra el tiempo o la distancia, como en las pruebas atléticas; contra el peso en la halterofilia;  frente a un adversario en los deportes de combate y de conjunto, o cuando finalmente se trate de vencer su propia debilidad o cobardía. Es posible decir entonces que en un principio el deporte conjuga juego, lucha y actividad física intensa. El deportista de alta competencia requiere dedicar gran parte de su tiempo a entrenarse para superar a todos los demás, intensamente y colocando su cuerpo hasta los límites últimos. El atleta de excelencia en lugar de evitar las dificultades, las provoca para generar la lucha y la competencia; no vacila en maltratar su cuerpo y el de los demás para alcanzar sus fines, ejemplos hay en el boxeo, la lucha, los deportes de conjunto y aún en ciertos deportes de apreciación como el nado sincronizado o la gimnasia que someten a dietas o entrenamientos extenuantes a menores de edad. Esta práctica tan demandante, además, no está exenta de peligros, lo vemos con frecuencia al presenciar desmayos, fracturas e incluso algunos fallecimientos de deportistas renombrados.
Sin embargo, un mismo ejercicio toma características diferentes en razón de cómo y cuándo se practica. Para empezar, las grandes masas acceden a la práctica de la actividad física, por lo general, en su tiempo libre, en contraposición al que dedica en trabajar. Lugar en el que sus movimientos tienen un fin utilitario: los realiza para cumplir tareas por las que a cambio se le entrega una remuneración. Por contraparte, el deporte implica un movimiento gratuito, sin mayor sentido que el de lograr cubrir su necesidad de distracción y de empleo de una energía sobrante. Esto lo convierte en liberador de tensiones y ansiedad y lo hace creador, serio y elevado para la vida.
La industrialización de nuestra sociedad ha ampliado los márgenes de ocio de todos y no es aventurado señalar que el uso colectivo dado al tiempo libre, ilustre los gustos, las tendencias y grado de cultura de los pueblos.
Sería muy interesante encontrar, en el caso de los mexicanos, la dirección de utilización que damos al tiempo de ocio: ¿leemos? ¿hacemos deporte? ¿vemos televisión? ¿nos alcoholizamos? ¿convivimos? Comparar esto con otras sociedades ilustraría más certeramente las reflexiones anteriores; sin embargo, la obligación del estado para acercar condiciones para el buen uso de este tiempo residual, está presente y es muy importante.
Surge además, otra pregunta interesante, referente al deporte-espectáculo, si  a la práctica deportiva la consideramos en oposición al trabajo, ¿cómo tomar entonces al futbolista que eso, precisamente, es su actividad laboral? Es claro que la sociedad en general le reconoce sus triunfos y derrotas y sigue toda su trayectoria como “empleado” de diferentes clubes deportivos. No pasa lo mismo con un bombero, un policía, un arquitecto o un periodista. Este género de empleo, ligado al deporte-espectáculo se ha impuesto como un consumismo más, sometido a las reglas de cualquier producto y así lo compramos. Tiene más espectadores que practicantes. Por lo que tiene que ser el deporte como práctica, el deporte para todos, para el ocio y la educación una aspiración social válida y obligatoria para los gobiernos. El deporte-espectáculo y el deporte como práctica social, son dos versiones de un mismo fenómeno cada vez más distanciadas entre sí.
Al deporte-espectáculo hay que analizarlo a futuro, con base a sus amenazas: profesionalismo sin ética ni valores, el interés de negocios de nuevos actores, la manipulación de masas y las trampas que alcanzan su más grande expresión en el doping, como consecuencia de la gran presión que genera ganar a cualquier precio. Los gobiernos tienen la obligación de atender la creación de programas de interés social dirigidos a los ciudadanos, que rescaten todo lo bueno de la práctica de la actividad deportiva.

No hay que permitir que las virtudes del deporte se escapen a través de sus riesgos. La ilusión de que sea un medio que una a sociedades enteras sigue presente, por eso es doloroso ver pueblos o ciudades que enconan rivalidades como producto de un “pique” deportivo, que trasladan más allá de las canchas; la violencia fuera de los estadios es una más de las expresiones podridas del deporte-espectáculo.
El deporte va a perdurar como expresión del homo-ludens, mientras sea capaz de seducir a los jóvenes con sus virtudes y que la presencia permanente del juego como fuente de placer se imponga a la necesidad de victoria como fin último.

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